jueves, 15 de noviembre de 2007


He salido muchas veces de senderismo programado con agencias especializadas en el tema, es una manera de conocer a gente que le va el mismo rollo, se comparten opiniones, comida y chistes, pero también momentos de silencio y respeto por la naturaleza, sin embargo, esto en ocasiones es muy difícil.
Casi siempre hay una persona en el grupo que no para de hablar, habla mientras todo el mundo echa una cabezadita en el autobús camino de nuestro destino, habla mientras desayuna, come y en las paradas para tomar algo, habla cuando todos estamos asfixiados subiendo una cuesta empinada de varios kilómetros para llegar a una cima.
Cuando llegamos a la cumbre, normalmente, quedamos en silencio contemplando el paisaje desde las altura, es como un momento de respeto y para recobrar el resuello, pues estas personas siguen hablando su cháchara incontenible de historias de su vida y demás.
Y siguen hablando cuando todo el mundo esta agotado en el autobús de vuelta a casa y volvemos a echar otra cabezadita, esta persona, que parece no estar agotada en absoluto, se siente de pronto aislada porque todos estamos haciéndonos el dormido y entonces, saca el móvil y se pone a conversar con alguien, todos nos enteramos del tema que tiene con la persona del móvil, porque claro, no hablan en silencio, sino en voz alta.

Estas personas que charlan sin parar, podrían darse cuenta de que hay momentos para hablar y momentos para el silencio y la relajación, podrían darse cuenta de que en muchas ocasiones no nos interesa el tema, escuchamos por educación, pero si no reciben respuesta o el interlocutor de turno no le sigue el tema, ¿por qué siguen con su verborrea?
A mi me gusta escuchar el sonido del viento entre las ramas de los árboles, el sonido de una cascada, el murmullo que produce un pequeño cauce de agua, el canto de los pajarillos…, el silencio de estar en una alta cumbre con la tierra a tus pies, sin más barreras, pero a veces esta magia queda rota por culpa de los que no saben callar o por que no quieren hacerlo por miedo, precisamente, a ese sagrado silencio que es escuchar la naturaleza.

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